23/10/15

¿Quién dice que los moustros no existen?

-Es cierto, los moustros si existen- decía Jaime a sus compañeros de escuela; luego se preguntaba porqué le hacían bullying.

-¡Cómo va a ser! Lo que pasa es que eres un cobarde- respondieron todos y las carcajadas estallaron.

-¡Es cierto, los he visto!- dijo con una seguridad tal que por una fracción de segundo todos estuvieron a punto de creerle.

-¡Eres un cobarde! ¡Marica!- dijeron y procedieron a darle una tunda de zapes hasta tirarlo al suelo -¡Marica! ¡Marica! ¡Marica!- repetían una y otra vez mientras lo pateaban en el suelo, así siguieron hasta cansarse.

Jaime se levantó adolorido con el uniforme sucio, sabía que su madre lo regañaría por regresar a casa así; le preocupaba más la reacción de su padre. Saber que lo habían golpeado otra vez era motivo suficiente para que él también le diera una tunda.

No podía decirles lo que pasaba, no lo entenderían... no le creerían.

Cuando era pequeño le tenía miedo a todo; a la oscuridad, a los ruidos que escuchaba durante la noche, al aire que atravesaba las ramas de los árboles y producía gemidos como de almas en pena. Su madre quien se había criado en provincia le contó que allá era mucho peor que aquí en la ciudad. Jaime creció con miedo a todo, incluso a si mismo. Muchas veces le preguntó a su madre porqué crujía la casa por las noches; le dijo que el aire enfriaba las cosas y eso hacía que se ensancharan, como la madera... ¿O se calentaban? No recordaba pero algo así le dijo. Nunca quedó conforme.







Para muchos las celebraciones de Halloween y Día de Muertos eran meros pretextos para fiestas y desenfrenos, sobre todo por parte de la juventud; Jaime jamás entendió cómo era posible que celebraran que alguien estaba muerto.

Halloween no era más que una festividad extranjera como la Navidad, no tenía ningún trasfondo cultural o milenario y, si lo tenía, lo había perdido hacia mucho; el Día de Muertos por mucho era una celebración más rica en tradiciones y cultura. Como fuera él no celebraba ninguna.

Si algo le asustaba de esa época eran los disfraces, no era que no supiera que solo eran tela, pelucas, pintura, no, eran lo que representaban.

Aún en su edad adulta seguía creyendo que los moustros existían. No podía olvidar la primera vez que vio uno.
Fue en su cuarto, no tenía mucho que se había ido a acostar, esa noche en particular así que la ventana estaba entreabierta, no conseguía conciliar el sueño, entonces sintió como si alguien se subiera a la cama.

Era de tamaño pequeño, casi como un niño de cuatro años, delgado, tez verdosa y orejas largas; parecía un gremlin con sus enormes dientes, ojos grandes y alargados, rojos. Los dientes se asomaron cuando le sonrió desde los pies de su cama, entonces saltó ágilmente y desapareció por la ventana abierta de su cuarto. No lo comentó, no le creerían.

La segunda ocasión fue peor.







Le preocupaba mucho bajar por la noche, temía encontrarse de nuevo con aquel duende o lo que hubiera sido; pero a veces podía más la necesidad que el miedo.

Bajar al baño por la noche era toda una proeza para él, mientras bajaba los escalones de madera se repetía una y otra vez que no había nada que temer, que no había nada; pero que no hubiera nada no siempre significa nada.

Regresaba del baño pero ante la escalera se detuvo, los crujidos en los escalones le llamaron la atención, no eran los típicos crujidos de una noche cualquiera, no, parecía que algo bajaba por ella. Pensó que era su imaginación siempre viva, pero entonces aquel duende volvió a aparecer entre la oscuridad, como si se materializara.

Pasó corriendo junto a él rozándole el brazo desnudo. Se quedó petrificado en su lugar.

No supo que fue de él, quizá desapareció así nada más, en la oscuridad, no lo supo. Los minutos fueron pasando y aunque estaba muerto de miedo tenía que moverse, no podía quedarse ahí, no si eso regresaba. Por la mañana no comentó nada al respecto, mantuvo la boca cerrada, jamás le creerían.

Creció con la idea de que los moustros eran reales, los había visto, lo había sentido, pero nadie le creía.







Su forma de ser no le había permitido completar una carrera, vamos, ni siquiera acabó la preparatoria y ¿Qué puede hacer alguien así? No mucho la verdad, terminó trabajando en el taller mecánico de su padre; no se había casado, pensaba que no había nadie con quien compartir su vida, sobre todo porque nadie lo entendería.

Vivía en un modesto departamento en el Estado de México que su padre tenía por allá, la colonia no era la mejor pero contaba con casi todos los servicios, el único “pero” que le ponía era el deficiente alumbrado publico. En la avenida principal si había buena iluminación, más no así en las demás calles, ahí había tramos por completos oscuros. Cuando el pesero lo dejó en la entrada de un largo corredor pensó que iba a morirse; faltaban muchas cuadras para llegar a su casa, por fortuna era temprano, apenas eran las ocho de la noche.

A su lado pasaban niños disfrazados en compañía de sus padres o algún joven, yendo de casa en casa pidiendo la tradicional “calaverita” Muchos se acercaron a Jaime para pedirle algún dulce o moneda, cualquier cosa era buena. Disimuladamente pero con miedo se alejó de la calle hacía una con menos gente, aunque eso provocara que se desviará un poco de su ruta habitual.

Absorto estaba en sus pensamientos, tratando de no pensar en todo que lo asustaba, pensando en lo irracional y estúpido e infantil que era que un hombre como el aún tuviera miedo a la oscuridad. Muchas veces deseó que esos miedos desaparecieran, pero los miedos vienen del interior de cada uno, jamás se irán a menos que los combatamos, como jamás pensó que lo volvería a ver.

Aquel extraño duende estaba tan solo unos metros delante de él; el mismo tono de piel y las orejas largas, los ojos alargados, la sonrisa siniestra mostrando los enormes dientes. Estaba parado debajo de una de las pocas luminarias de la calle así que podía verlo perfectamente, estaba ahí, inmóvil, mirándolo sin dejar de sonreír.

Entonces como un rayo saltó a la pared cercana y trepó hasta una ventana abierta, antes de entrar le obsequió una sonrisa más y entró.

Jaime no sabía que hacer, estaba paralizado por el miedo como aquella vez a los pies de la escalera pero, a diferencia de antes ya era un hombre (se repetía) no tenía porqué sentir miedo. Dio un paso y después otro, seguro de si mismo, repitiéndose una y otra vez que no había visto a ese extraño duende verde. Al pasar frente a la ventana por la que entró lo vio ahí, sonriéndole, pero además, con un dedo largo lo invitaba a entrar. Jaime giró rápidamente la cabeza cerrando con fuerza los ojos, no quería saber nada, entonces escuchó algo que le hizo saltar el corazón.

Cuando regresó la mirada a la ventana el extraño duende sostenía entre sus garras a un pequeño bebe, lo acariciaba con un dedo y volteaba a mirarlo, volvía a invitarlo a entrar.

El coraje no es la ausencia de miedo, sino la facultad de sobreponerse a el.

Sin pensar saltó como el duende hasta el borde de la barda cayendo del otro lado, en la oscuridad percibió una escalera que subía al cuarto donde aquello estaba con el bebe. La puerta estaba entreabierta, sabía que quizá los que vivían ahí se asustarían al verlo, pero quizá eso ayudaría a que se percataran de lo que sucedía.

Dentro no había nadie, ni esa cosa ni el bebe, nadie.

Llegó hasta la ventana y volvió a verlo bajo la luminaria cargando un bulto. Horrorizado regresó por sus pasos y al llegar a la calle lo vio alejarse; quizá el peso del bebe le dificultaba moverse con la rapidez que tenía, pero aún así era lo suficientemente rápido para llevarle mucha ventaja a Jaime.







No sabía de donde había sacado el valor para perseguirlo, a él, uno de los mayores temores de su infancia y su vida, pero no podía dejarlo con ese bebe; quién sabe que podría hacerle.

Durante toda la carrera no se apareció nadie por la calle, era extraño siendo que aún era temprano; miró su reloj, pasaban de la una de la mañana ¿Cómo era posible? ¿Qué hizo todo ese tiempo? ¿Tanto había durado la carrera? Como fuera tenía que alcanzarlo, si llegaba hasta la barranca lo perdería.

La distancia que los separaba poco a poco se acortaba, el esfuerzo de correr con el pequeño mermaba las fuerzas del duende, incluso su expresión había cambiado; antes era atemorizante, pero en ese momento mostraba una expresión mezcla de cansancio y temor, como si temiera lo que pudiera pasar si Jaime lo alcanzaba.

Estaba a unos tres o cuatros metros de él cuando escuchó un grito a sus espaldas, apenas volteó para ver a una mujer joven corriendo detrás de él.

-¡Mi bebe! ¡Mi bebe!- gritaba la joven, Jaime no podía detenerse, no podía dejarlo escapar.

El final de la calle tenía unos escalones rudimentarios para bajar a la barranca, sabía que no había otra alternativa, se lanzó sobre el duende esperando sujetarlo a él y al bebe, sin duda rodaría por los escalones pero trataría de proteger con su cuerpo al bebe.

La caída le pareció eterna...







Cuando recobró el sentido el duende estaba bajo él, cubierto a medias con la cobija del bebe; parecía inconsciente, no había señales del bebe. La extraña criatura comenzó a incorporarse pero Jaime no tenía intenciones de dejarlo escapar una vez más.

Cerca de él había una enorme piedra que levantó con dificultad, tenía que hacerlo, acabar de una vez por todas con el causante de sus miedos. Sentía que todos esos años de miedo culminaban esa noche, como si todo ese temor saliera a la luz en medio de la oscuridad de la barranca. Fue el grito angustiado de la joven madre que lo detuvo.

Tras la joven mujer llegaron varios vecinos que horrorizados no entendían que estaba pasando, pero se abalanzaron sobre Jaime que pataleaba y luchaba contra ellos, gritando que lo dejaran acabar con ese moustro La joven madre se acerco cuando uno de los vecinos recogió al bebe envuelto en la cobija y lo puso en su regazo.


-¡Se los dije! ¡Los moustros existen!- gritó Jaime en medio de los vecinos que lo tenían inmovilizado; vio a la joven mujer llevándose al bebe en sus brazos, él solo veía un moustro.

12/6/15

El pájaro rompe el cascarón...










El sonido que los frenos hicieron al derrapar sobre el asfalto fue ensordecedor; a las dos de la mañana no había mucho tráfico y, por lo tanto muy poco ruido. Automovilistas y los pocos transeúntes que aún se encontraban ahí quedaron sorprendidos aunque solo por un momento; todos supieron que acabaría mal cuando atravesó la avenida pisando el acelerador a fondo.

El impacto contra el muro de la entrada del Metro fue tan fuerte que el Mustang Shelby GT 5000 se convirtió en chatarra en menos de un minuto, su ocupante también.

Emiliano Camarena, hijo del senador Emilio Camarena quedó dentro del vehículo inmóvil, sangrando, herido, nunca antes había sufrido un accidente así, jamás había sentido tanto dolor, quizá solo aquella vez cuando se cayó de un columpio cuando tenía ocho años.

Los servicios de emergencia llegaron minutos después, alertados por la policía quien ya había recibido reportes de la conducta inapropiada de Emiliano sobre Eje Central. Tardaron poco menos de una hora para liberarlo de su prisión de hierros retorcidos muy mal herido; no le daban muchas expectativas de sobrevivir.







Lo primero que supo fue que tenía la boca seca, señal de que hacia mucho que no tomaba líquidos, después, que el cuerpo le dolía como nunca antes y tercero, que estaba recostado. Abrió los ojos lentamente, aun antes de abrirlos pudo ver la enorme lámpara sobre él; la luz le pareció tan fuerte que los ojos le dolieron, tuvo que cerrarlos nuevamente. Poco a poco su vista se acostumbró a la luz, no era tan brillante como le pareció en un principio.

El cuarto de hospital era amplio y muy blanco, las sabanas, las cortinas, las paredes. Con seguridad se trataba de uno de los mejores hospitales, su padre no escatimaría en gastos.

Durante una hora se dedicó a lo único que podía hacer: ver y escuchar, aunque no hubiera mucho que ver y muy poco que escuchar.

Varios pensamientos cruzaron por su mente, uno de ellos fue su padre; casi podía escuchar el regaño que le daría. Con veinticinco años encima su padre le llamaba la atención como si fuera un quinceañero. Con total seguridad le retiraría las tarjetas de crédito, las llaves de sus otros dos autos y le prohibiría fiestas y viajes, además de que lo obligaría a pagar el auto y los demás daños. Si, ya lo sabía.

El otro pensamiento era Lorena.

Se habían conocido dos años atrás, en la boda del gobernador de Guanajuato, un año después eran pareja y se dejaban ver en las fiestas de la sociedad política del país, tres meses atrás empezaron las discusiones por la inmadurez de Emiliano, sus constantes fiestas, el abuso del alcohol y drogas así como dos infidelidades que le descubrió. Emiliano Camarena, hijo del senador Emilio Camarena pensaba que no tenía que darle cuentas a nadie, ni a Lorena ni a su padre, ni a los medios ni a la sociedad. Pensaba que no había nadie con quien tuviera que confesarse, nadie a quien decirle que estaba arrepentido de las cosas que había hecho... no había nadie a quien decirle que estaba desperdiciando su vida.

Estaba tan absorto en sus pensamientos que no escuchó cuando la puerta se abrió, ni siquiera se dio cuenta de la enfermera hasta que estaba a su lado. Se sobresaltó.

-Tranquilo- dijo la enfermera con voz baja, mientras que le ponía la mano en el hombro -Todo va a estar bien-
-¿Dónde está mi padre?- preguntó al tiempo que intentó levantarse -¿Dónde estoy? ¿Qué pasa? ¿Por qué no está aquí?-
-No tienes nada de qué preocuparte- respondió con suavidad -Estás en buenas manos- su voz y la mano en el hombro terminaron por calmar sus ansias de saber dónde estaba.







Algo le resultó extraño, no de ese hospital, sino de lo que pasaba con él. Sentía que tenía días ahí, más en todo ese tiempo no recordaba la última vez que había comido, pero por extraño que pareciera no sintió hambre, incluso la sensación de sequedad en su garganta había desaparecido; la única ocasión que se lo comentó a la enfermera le respondió que lo que necesitaba se lo administraban por las noches, sin que él lo notara, pero jamás encontró alguna marca de aguja o dolor en la garganta, algo que le dijera que le administraban alimento por via intravenosa o por medio de algún tubo pero no, nada, de cualquier manera no sentía hambre.

Esa misma enfermera, que lo visitaba continuamente provocó que Emiliano formara una clase de vínculo con ella. Era atractiva de cierto modo, no era sin duda el tipo de mujer con el que estaba acostumbrado a tratar, su rostro afilado se acentuaba gracias a que el cabello lo usaba recogido, el uniforme blanco se ceñía a su cuerpo de tal manera que dejaba volar la imaginación de Emiliano; solo había algo que no le gustaba de ella, sus profundos ojos negros. Le provocaban miedo.

-¿En qué hospital estoy?-
-En el mejor para casos como el tuyo- respondió sin decir donde estaban, cada vez que Emiliano preguntaba la enfermera evitaba la respuesta.

-¿Cómo te llamas?-
-Mi nombre no es importante, lo importante es que tú sanes para que puedas irte de aquí-
-Pero no sé qué tan mal estoy, no ha venido a visitarme ningún médico o mis padres ¿Cuándo saldré de aquí? Por lo menos a terapias o cosas asi, debo tener sesiones de terapia por lo de mis lesiones ¿No?-
-Físicamente se ha hecho todo lo que se podía hacer por ti, ahora hay que sanar el interior-
-¿Te das cuenta de que solo me das evasivas?-
-Si, pero debo hacerlo, cuando llegue el momento todo te será aclarado-
-Claro... - refunfuño y cerrando los ojos trató de dormir, tímidamente abrió los ojos para ver si la enfermera seguía ahí pero no, estaba solo, le asombraba esa facilidad que tenía para irse sin producir ningún ruido. Quizá solo eran mañas del oficio.

Emiliano perdió el sentido del tiempo, le parecía que caía en un profundo sueño así que no sabía si era tarde o de mañana, pero cada vez que despertaba la enfermera estaba ahí.

La única vez que despertó solo trató de llegar a la puerta, apenas bajó de la cama un dolor punzante en las piernas lo hizo caer de rodillas, no pensó que estuviera tan mal, aun así trató de levantarse y salir del cuarto, no lo logró, tuvo que arrastrarse hasta la puerta pero el dolor y el esfuerzo físico terminaron por provocarle un desmayo.

Cuando despertó estaba nuevamente en su cama, la misma enfermera estaba a su lado, no había esa tranquilidad o paz en su rostro, al contrario, se notaba bastante molesta; si antes su negra mirada le provocaba miedo verla así lo llenó de algo parecido al terror.

-No vuelvas a hacer eso- la orden pareció venir de su oficial superior, si estuviera en el ejército, la enfermera tenía los brazos cruzados sobre el pecho, viéndolo fijamente. Emiliano no estaba dispuesto a soportar más esa situación.

-¡¿Por qué diablos no me dices que me pasa?! ¡Tengo días aquí y nadie ha venido a verme! ¡Exijo respuestas! ¡Dijiste que estaba bien, ahora no puedo ni ponerme en pie!-
-Te dije que físicamente se había hecho todo lo que se podía hacer por ti, que ahora había que sanar el interior-
-¡¿Qué tratas de decirme?! ¡¿Qué soy un inválido?!-
-No voy a discutir tu condición contigo, hay cosas más importante que tus piernas-
-¡¿Ah si?! ¿Cómo qué?-
-Tu alma... -
-¡¿Pero qué tonterías estás diciendo?! ¿Qué tiene que ver mi alma con todo esto?-
-¿Por qué trataste de matarte?- dijo tajantemente, al escucharla Emiliano se hundió en la almohada como si le estuviera diciendo uno de sus más profundos secretos.

-¿Qué cosas dices? Yo no traté de matarme... -
-¿Ah no? Ibas a más de 180 km/h en una vía de no más de 70 ¿Qué pensabas?-
-No es lo que piensas... -
-¿Sabes qué pienso? Qué crees que has tocado fondo y que no hay nada más para ti, que tu vida no puede ser más inútil y trataste de acabar con ella... - y poco a poco el tono de su voz fue suavizándose.

-Tú no me conoces y no voy a discutir mi vida personal contigo, exijo hablar con el médico a cargo-
-No hay nadie más aquí con quien hablar que conmigo, así que acostúmbrate-
-Si tan solo pudiera levantarme... -
-No podrás hasta que hables de ti, por el momento duerme-

Pareció que las palabras tuvieron algún efecto narcótico en él, ya que apenas dijo eso Emiliano cayó en un profundo sueño.







Le resultó extraño despertar y ver todo en tinieblas, antes no había sucedido, se dormía antes de que anocheciera y despertada cuando el día ya había arribado, ver la habitación en penumbras le provocó un escalofrío; la única fuente de iluminación era el radiante uniforme de aquella enfermera.

-¿Qué hora es?- y la pregunta rebotó por las paredes como si se encontrara en una enorme cañada.

-Hora de tu terapia- respondió la enfermera sin ninguna emoción aparente.

-¿Mi terapia? ¿Ahora?-
-Si ¿No querías salir de aquí?-
-Si pero... -
-Te dije que la única manera de que salgas de aquí era que sanes por completo; nada se puede hacer con tu cuerpo físico, tenemos que tratar tu cuerpo espiritual-
-¿Es una de esas terapias en las que me harán aceptar mi condición de inválido?-
-No, no hay nada que hacer con eso, a lo que hay que darle tratamiento es a tu alma, a tu conciencia, liberarte del dolor de tu cuerpo es intrascendente, lo importante es ayudar a tu alma a sanar-
-¿Y cómo esperan que haga eso?-
-No “esperan”... espero que lo hagas, y lo harás, de eso me encargaré-
-¿Tú? Tú ni siquiera eres médico, tampoco creo que seas terapeuta ¿Qué puedes saber tú terapias?-
-Demasiado, no creerías la experiencia que tengo en eso-
-¿Y cuál es el plan?- respondió resignado, sabía que no habría otra manera de salir de ahí que no fuera cooperando con la enfermera.

Con lentitud tomó una silla y la acercó al lado de la cama, se sentó tranquilamente aunque muy derecha, cruzando la pierna derecha sobre la otra y las manos sobre los muslos, entrelazando los dedos.
-Háblame de tu padre-
-¿De mi padre? ¿Qué tiene que ver mi padre en todo esto?-
-¿Crees que podrías dejar de cuestionar todo y simplemente responder?-

Emiliano suspiró, a cada momento le resultaba más difícil mantener la calma.

-No hay mucho que hablar de él, siempre ha estado metido en la política, su familia solo es la máscara con la que se presenta a los medios; padre amoroso, esposo amoroso, un político amoroso, nada más, pero es ambicioso, no le importa pisotear a cualquiera con tal de alcanzar un escalón más por el poder. Si de él dependiera ya sería presidente de la Republica-
-¿Lo amas?-
-¡¿Qué?! ¡Claro que no! Solo es mi padre-
-¿O sea qué no sientes nada por él?-
-No ¿Debería?-
-Si no sientes nada por él ¿Por qué te preocupa tanto lo que él piense de ti?-
-¿Quién dijo que me preocupa lo que él piense de mí?-
-Buscas la manera de llamar su atención, quizá por eso vives como vives, tratando de provocar que voltee a verte, por desgracia lo que haces en vez de enorgullecerlo lo avergüenzas-
-¡Yo no busco su aprobación! Ni su respeto ni que se sienta orgulloso de mí, solo vivo mi vida a mi modo, si a él no le gusta se lo tiene bien merecido por... - y calló, pareció que estaba punto de decir algo que no debía, la enfermera no permitió que las palabras se quedaran en su garganta.

-¿Por qué se lo tiene merecido?-
-No voy a hablar de eso-
-Tienes que... recuerda; no saldrás de aquí a menos que... -
-Si, lo sé- el aburrimiento de la “terapia” comenzaba a abrumarlo, pero sabía que tenía que continuar.

-Nunca fue el padre que debió ser... -
-Así que lo castigas... -
-No lo sé-
-Si lo sabes; piensas que jamás te dio la suficiente atención y vives con el rencor de que no estuvo en esos momentos importantes contigo-
-Si... tal vez... -
-¿No has pensado que él es como es no debido a él sino a ti?-
-¿Cómo?-
-¿Ya olvidaste tu infancia? No siempre se dedicó a la política, antes solo era como cualquier burócrata, trabajo mediocre, salario mediocre, pero cada fin de cursos, cada celebración, cada cumpleaños estuvo ahí, las cosas fueron cambiaron y se dedicó más al trabajo para darle a ti, a tu madre y tus hermanos una mejor vida ¿Vas a decirme que eras muy pequeño para recordarlo?-
-Eso no cambia el hecho de que se olvido de nosotros-
-Y al día de hoy ¿Qué les falta?-
-Nada, sólo él-
-¿Cada cuando hablas con él?-

Silencio.

-¿Cada cuando hablas con él?-
-Casi nunca... -
-Le llamas cada Navidad y Año Nuevo, aunque vivan en la misma casa, ni siquiera hablan durante el desayuno porque, si no estás medio borracho en tu cuarto apenas vas llegando, si no estás embrutecido por la droga en la casa de algún “amigo”-
-¡Basta! ¡¿Quién te dijo todo eso?!-
-¿Miento?-

Silencio.

-¿Miento?-
-No... -
-Viviste una vida media, media vida la viviste entre carencias y limitaciones, después, cuando la abundancia llegó te dedicaste a vivir la vida que siempre quisiste, ni siquiera te interesó entrar en la política, solo deseabas derrochar el dinero que nunca tuviste en una vida que jamás fue tuya, siempre perteneció a los demás; siempre fuiste el menor, al que regañaban cuando las travesuras de tus hermanos salían mal, me diste una visión de tu padre ahora pero, cuando eras niño ¿Cómo lo veías?-
-Alguna vez dije que quería ser como él- la mirada de Emiliano ya no está sobre la enfermera, sino en algún punto alejado de la habitación.

-¿Y qué pasó?-
-Me di cuenta de que no es quien yo creía que era-
-¿Qué es ahora?-
-Un mentiroso, un traidor-
-¿Por qué?-
-¡Porque dijo que siempre estaríamos juntos y nunca está!-
-Tú tampoco estás, no has estado para él ¿Por qué habría de hacerlo si tú no lo haces?-
-No me necesita-
-¿Realmente lo crees?-
-¡Claro que si! No le importo-
-Y si te dijera que todo lo hace por ustedes, que jamás ha sido corrupto, embustero, traidor, que lo único que le importa es seguir trabajando por ustedes ¿Qué pensarías?-
-Que hablas de otra persona-
-Pues no, hablo de tu padre, yo no miento, pero sobre todo... tú sabes que lo que digo es verdad. Sabes que te cegó el dinero, la posición, el poder que da el dinero; ahora solo buscas un culpable para tus pecados, porque eres demasiado arrogante para aceptar que quien está mal en todo esto eres tú-
-¡Mentira!-
-¡Busca dentro ti y acéptalo!- exclama al tiempo que se pone de pie, su voz, su expresión, su negra mirada asustan a Emiliano de tal manera que, como si hubiera sido una descarga eléctrica su infancia y adolescencia pasa frente a sus ojos.

Las veces que lo llevó a la escuela primaria en el destartalado auto familiar, las mañanas de domingo que preparó el desayuno... con desafortunados éxitos, más eso no impidió que fueran divertidos, la ocasión que fue a sacarlo de la delegación cuando lo atraparon grafitteando una pared; fue por él y lo único que le dijo fue que no le diría a su madre si prometía no volverlo a hacer.

Cuando Emiliano se dio cuenta estaba llorando.

-Hace dos años tuvo un problema muy grande ¿Recuerdas?- retomó tomando asiento nuevamente, adoptando la misma postura.

-Si, lo acusaron de desvío de fondos... -
-¿Y qué pasó?-
-No pudieron comprobarle nada-
-Cuando la noticia salió a la luz ¿Qué fue lo primero que hizo?-
-No lo sé-
-Lo primero que hizo fue llamarte ¿Ya lo olvidaste?-

Silencio.

-¿Ya lo olvidaste?-
-Recuerdo que me llamó por esas fechas, pero yo estaba muy... ocupado como para... tomarle la llamada... -
-Lo primero que hizo fue llamarte, buscaba tu apoyo, tu comprensión, decirte que lo que se decía de él era mentira-
-¿Por qué?-
-Porque sabía que alguna vez dijiste que querías ser como él, no quería que pensaras que no eras lo que creías-

Silencio.

-Tú le importabas más que tus otros hermanos, eras su arma secreta en contra de cualquiera que quisiera lastimarlos como familia; tú siempre fuiste el fuerte, el valiente, el osado, atrabancado, si, pero quien no abandonaría a la familia y mira... fuiste el primero que los dejó... si en esta obra hay un traidor eres tú. Todos confiaban en ti y tú les distes la espalda-

Más lagrimas, Emiliano ni siquiera trató de ocultar su llanto.

-¿Amas a tu padre?-
-S-si... es mi padre... -
-¿Lo amas por qué quieres o por qué debes?-
-Solo... lo amo-

La enfermera se puso de pie, alisándose las arrugan de la falda.

-Duerme, mañana continuaremos-







Tal pareció que durmió todo el día, ya que, cuando despertó la habitación nuevamente estaba a oscuras, a diferencia de la noche anterior, la enfermera estaba sentada en el mismo lugar, junto a él.

-¿Vamos a continuar con esto?-
-Tenemos que... recuerda; no saldrás de aquí a menos que... -
-Ya sé, ya sé... ¿Ahora de qué tengo que hablar? ¿De cuándo murió mi perro? ¿De cuántas drogas me he metido? ¿Quieres que te diga que estoy arrepentido de como he vivido mi vida?-
-No, eso vendrá después... háblame de tu madre-
-¿Mi madre?-
-Si, qué piensas de ella-
-No sé qué pensar, no después de lo que hablamos... ¿Ayer?-
-Si, anoche, bien... - y el rostro de la enfermera se suaviza, pero solo un poco -Qué piensas de tu madre-
-¡No sé qué pensar! ¿Por qué parece que tratas de torturarme?-
-No lo hago, aunque supongo que así lo sientes... qué piensas de tu madre- preguntó mecánicamente, por un lado atendía las cuestiones de Emiliano, por el otro parecía que poco le importaba.
-Ya lo dije, no sé qué pensar, ya no sé si los recuerdos que tengo de ella son reales o solo son fruto de mi percepción de mi familia-
-¿Ves a tu madre diferente ahora que antes de que habláramos?-
-Si... -
-¿Cómo la veías?-
-Alguien casi igual a mi padre... también gusta mucho de eventos sociales, es miembro activo de varias organizaciones altruistas así como de asociaciones políticas-
-Pero ¿Cómo es la relación con ella?-
-Igual de distante que con mi padre-
-¿Por qué?-

Silencio.

-¿Por qué?-
-Por mi culpa... -
-¿Tu forma de ser fue lo que hizo que la relación fuera deteriorándose?-
-Supongo, es decir, pienso en mi infancia, en cuando éramos solo una familia de clase media, cuando nos llevaba a la escuela, las juntas, las firmas de boleta; pienso en las comidas, los juguetes de Día de Reyes y de las tantas veces que asistió a los festivales en la primaria, recuerdo sus consejos cuando entré a la Universidad, sus recomendaciones cuando empecé a irme de fiesta, las muchas veces que me esperaba despierta hasta que yo llegara, cuando mi padre ya tenía horas de haberse dormido, todos esos detalles de grande se fueron perdiendo; dejó de esperarme, dejó de preocuparse, dejó de darme consejos y si, también regaños, se enfocó a mis hermanos y yo fui relegado a “el problemático” después dejó de preguntar por mi aunque viviéramos en la misma casa. Ahora hay servidumbre que nos atienda por lo que tiene más tiempo para ella, ya no prepara la comida, a veces solo necesita de una llamada para saber donde andamos y eso es suficiente para ella para estar tranquila... creo... -
-¿Y todo eso cómo te hace sentir?-
-Solo... - las lagrimas ya comenzaban a rodar por sus mejillas, no hizo el menor intento de ocultarlas -La necesito tanto, recuerdo cuando me decía que era su pequeño bebé, siempre pensé que era tonto y cursi pero... -
-Así te sientes... -
-Así quisiera sentirme pero sé que ya no más; no volveré a provocarle ese sentimiento a mi madre porque hace mucho que su pequeño bebé murió-
-No puedo estar más de acuerdo contigo-

Silencio.

-Si la tuvieras en frente ahora ¿Qué le dirías?-
-Que lo siento-
-¿Qué más?-
-Que la amo-

La enfermera se puso de pie justo como la noche anterior, alisándose las arrugan de la falda.

-Duerme, continuaremos después- y Emiliano volvió a caer en un profundo sueño.







Ya no sabía que pensar, todo eso de la terapia le resulto tan extraño como todo lo que sucedía ahí; el nulo sentido del tiempo, no sentir hambre, el que nadie fuera a verlo, pensó que todo era con motivo de la terapia; seguramente lo estaban preparando para darle la noticia de que estaba invalido y que jamás volvería a caminar. Esa idea en un principio lo hizo pensar que todo su mundo se había venido abajo, que ya no sería el mismo hombre que antes; de hecho llegó a pensar que ya ni siquiera era hombre. Pensó en todo lo que había perdido por la manera en que condujo esa noche... no, no era eso, no era el cómo manejo el auto sino su vida, eso lo llevó a donde estaba en ese momento, una cama de hospital, lisiado, discapacitado. Sería una carga para sus padres Quizá las cosas cambiarían en casa pensó, quizá sus padres dejarían a un lado sus vidas sociales vacías y se enfocarían en él, pero tal vez solo sería porque le tendrían lástima, también existía la posibilidad de que simplemente le contrataran una enfermera para que lo atendiera las veinticuatro horas del día; si así iba a ser le diría a su padre que contratara a la enfermera de los ojos negros, no podría estar con otra.

Pero... a medida que pasó el tiempo se dio cuenta de que tenía más pro que alegrarse; estaba vivo, quizá los avances médicos superarían las discapacidades y él, en un futuro no muy lejano podría caminar de nuevo, se prometió que si había una segunda oportunidad la aprovecharía y cambiaría el rumbo de su vida. Podía hacerlo.

Cuando despertó la habitación estaba a penumbras nuevamente, más en esa ocasión la enfermera no se encontraba, algo que resultaba más extraño que todo lo demás. Siempre estaba ahí cuando despertaba, el no verla hizo que pensara que ya no lo visitaría. Pensar eso lo entristeció.

En medio de esa habitación a oscuras sólo pudo pensar en todo lo que había sido su vida; sobre todo, como había arruinado la vida de los demás con su imprudencia y su inmadurez. Pensó en sus hermanos, en su padre y nuevamente en su madre, pero por más que trataba de pensar en ellos el recuerdo de alguien intentaba ponerse al frente de todos ellos. Cansado sabía que, de todos los que quería había alguien que si le importó, alguien a quien quería sin ser de su familia.
Lorena.

No podía negar que le gustó desde la primera vez que la vio, provocó en Emiliano un impacto tal que no dejó de pensar en ella hasta que logró que fueran novios; casi podía decir que la amaba... no, la amaba, pero el miedo a ver perdida su libertad tan ansiada por años lo arrastró a llevar su vida como hasta entonces lo había hecho. Engañarla no fue parte del plan, no del todo, solo algo que se salió de control, eso le dijo a Lorena, no lo creyó la segunda ocasión.

Cerró los ojos pensando en ella, pensando lo idiota que había sido al arruinar lo único hermoso que tenía, mentalmente se disculpó con ella y no solo eso, también con su padre y su madre, con sus hermanos, se dijo a si mismo que en cuanto saliera sería un mejor hombre, ya no le importaba estar discapacitado, serviría de penitencia por la manera en que vivió su vida. Lo tuvo todo, y en menos de un segundo perdió una parte de si mismo. Ya no había nada que hacer con eso, solo sanar y salir de ahí.

-¿Meditando?- la voz de la enfermera lo sobresaltó; tenía los ojos cerrados pero debió escucharla entrar, no fue así.

-Algo así... - respondió con tranquilidad, no le molestó el comentario, al contrario, pareció que la enfermera había escuchado sus pensamientos.

-Bueno, es hora de continuar-
-¿Ah si? ¿Y ahora de que va a ser?-
-Háblame de Lorena-
-¿Lorena?-
-Si, Lorena, no creo que la hayas olvidado ¿O si?-

Emiliano vuelve a hundirse en la almohada, más no como tratando de huir de la enfermera, sino como rememorando los momentos juntos; su expresión pasó de la felicidad a la tristeza, a la vergüenza, a la decepción.

-Fui el amor de su vida, y lo arruiné... -
-Eso eres tú para ella ¿Y ella para ti?-
-Ella fue todo, la primera persona con la que, creo, sentí una conexión-
-¿Crees? ¿No estás seguro?- Emiliano dibujó una media sonrisa.

-No se te va una ¿Verdad?- la enfermera no respondió, estaba a la espera de que Emiliano lo hiciera.

-Tienes razón, no “creo” estoy seguro-
-¿Y qué pasó?-

Silencio.

-¿Qué pasó?-
-Tuve miedo... -
-¿A qué?-
-A perder mi libertad- entonces Emiliano empezó a hablar, más no con la enfermera, no parecía eso, sino tenía la mirada en un punto alejado del techo como si hablara solo para si mismo.

-Tanto tiempo estuve detrás de ella que cuando aceptó salir conmigo me sentía como un ganador, después, cuando le propuse que fuéramos novios y ella me dio el si sabía que había logrado mi meta; conquistarla, hacerla mía pero, aun cuando había conseguido lo quería, como siempre había sido, me di cuenta de que tenía miedo de perder mi libertad; no soportaba que me cuestionara dónde estaba y con quien, qué estaba haciendo. La tenía sobre mi hombro y pensé que estaba obsesionándose conmigo, pensé que nunca me dejaría en paz, cuando lo que más quería era que nunca se apartara de mí-

-Si pudieras volver con ella ¿Lo harías?-
-No-
-¿Por qué?-
-Porque destruí la confianza que tenía en mí, pero sobre todo, perdí la confianza que tenía en mi mismo; ya no soy el mismo de antes del accidente, es cierto, si antes me sentía seguro, poderoso, ahora no soy nadie, soy nada-
-No lo creo-
-¿Por qué?-
-Eres alguien, tienes un rostro y un nombre, eso te hace único, eso dice que exististe, existes y existirás-
-Pero ¿Qué me queda ahora que lo he perdido todo?-
-Aceptar tus errores, arrepentirte sinceramente de ellos y seguir adelante-

Silencio.

-¿Te arrepientes de la manera en que llevaste tu vida?-
-Si- respondió seriamente... no, pareció como si estuviera en paz consigo mismo.

-¿Te arrepientes de todo lo que provocaste con tu forma de ser, con tu forma de vivir?-
-Si-
-Si pudieras hacer algo por los demás ¿Lo harías sinceramente?-
-Desde luego-
-Si tuvieras frente a ti a tus padres, a Lorena, a tus amigos, parientes, a todo el mundo ¿Qué les dirías?-
-Que lo siento-

La enfermera se levantó de la silla y dándole la espalda llegó hasta la puerta de la habitación.

-Estás curado- dijo volviéndose a Emiliano, él por su parte no entendió en qué sentido lo había dicho.

-No entiendo... -
-Si... te dije que no había nada que hacer con el daño que sufrió tu cuerpo físico, que teníamos que sanar tu cuerpo espiritual, tu alma, pues ya está-
-¿Así nada más?-
-Si, la única manera de sanar tu alma era aceptando tus errores y arrepintiéndote de ellos; estás libre de toda culpa, puedes entrar... - y abrió la puerta; el pasillo estaba iluminado como cualquier otro día, aunque dentro la oscuridad reinaba.

Emiliano dudó, seguía sin entender que pasaba, no entendía que esperaba que hiciera ¿Qué se levantará? No podía hacerlo, estaba inválido, eso lo sabía bien.

-No, no es así- dijo la enfermera como si le leyera el pensamiento.

Emiliano ya no dudó, apartó las sabanas y girando en la cama bajó los pies; aunque el suelo estaba frío agradeció el que lo pudiera sentir. Dio un paso con timidez, con miedo, cuando sintió seguras sus piernas dio otro y otro más, a medida que se acercaba a la puerta su confianza crecía, la idea de que había expiado sus pecados aumentaban su fuerza y vigor.

Llegó con la enfermera quien ya tenía abierta la puerta de par en par, por un momento Emiliano esperó ver a sus padres, a Lorena, a cualquiera... el pasillo estaba desierto.

-¿Qué sucede? ¿Por qué no hay nadie?-
-Aquí solo estamos tú y yo Emiliano, nadie más-
-¿Por qué?-
-Porque así debe ser... se acabo, puedes entrar-

Y Emiliano traspasó la puerta y la luz del pasillo lo envolvió por completo. Lo hizo sonreír, se sintió en paz.







La ambulancia llegó al hospital pero no ya no hubo necesidad de urgencia, los paramédicos que atendieron a Emiliano dieron fe del deceso, aunque comentaron que su expresión era de completa paz.







"El pájaro rompe el cascarón
El cascarón es el mundo
El que quiere nacer tiene que romper un mundo
El pájaro vuela hacia dios
El dios se llama Abraxas"

27/4/15

I’ll still catch a grenade for ya












-Hola... - saludó con timidez, también con cierto miedo, no pudo evitar recordar todos los buenos momentos juntos, también los malos; recordó el fin de todo, sus palabras, la confesión, la despedida. La ausencia, el dolor, la tristeza.

-¡Oh! Hola- respondió igual. Al parecer ella también había recordado lo mismo.

-Te ves bien- dijo él tratando de decir cualquier cosa.

-Gracias, tú también- respondió igual que antes, aunque se notaba que estaba más nerviosa que él.

La verdad era que para ambos el momento resultaba bastante incomodo.

La historia de los dos se remontaba muchos años atrás; empezaron siendo amigos, como todos, esa amistad se convirtió después en un largo noviazgo el cual terminó abruptamente hace unos años.

Se quisieron como cualquier pareja, se amaron como ninguna hasta que el amor se acabó... para ella. Él, después de cinco años, casi seis, seguía amándola, no como antes, no de la misma manera ni con la intensidad de sus años juntos, pero de que sentía algo por ella era cierto. No podía describir que era, pero algo había.

-¿Sigues trabajando vendiendo tenis por catálogo?-
-E-este... si, todavía... - dijo aunque miraba con insistencia detrás de él.

-Órale, no pensé que siguieras en eso-
-¿Por qué no?-
-Porque lo odiabas, siempre dijiste que en la primera oportunidad lo dejarías-
-Pues ya viste que no-
-Si, eso veo-
-¿Y tú? ¿Sigues en la tienda?-
-No, ya no, me tocó recorte de personal-
-Que mal- otra mirada detrás de él -¿Y... ya estás trabajando?-
-No, aún no, sigo buscando-
-Espero que pronto encuentres trabajo- dijo sinceramente, pero en esa ocasión alrededor.

Él, que la conocía no pudo evitar notarlo.

-¿Qué sucede?-
-¿Qué? ¿Qué pasa? ¿De qué?- preguntó sobresaltada; quizá esperaba que no notara su nerviosismo.

-Eso es lo qué te pregunto, estás muy nerviosa y no creo que sea solo por habernos encontrado-
-N-no... no me pasa nada, estoy bien- su mirada se perdía de la de él, no quería que descubriera la mentira en sus ojos... si era que mentía.

Sabía que mentía, la conocía tan bien que no podía engañarlo, pero lo que más le preocupaba era lo que la asustaba; pensar que hubiera algo que pudiera asustarla de esa manera le preocupaba demasiado.

-Sabes que puedes decirme qué pasa... - dijo él buscando su mirada, ella por su parte miraba a su derecha; muy lejos de los ojos de él.

Esa mirada suya de temor se convirtió en asombro al ver por enésima vez detrás de él. Cuando volteó vio el porqué del asombro aunque no entendió el porqué.

Tras ellos veía un hombre que Leonardo no reconoció, casi cuarenta años quizá, complexión robusta y cabeza redonda, ropa normal, nada fuera de lo usual, lo que puso en alerta a Leonardo fue el pequeño revólver que empuñaba en su mano derecha; si no hubiera sido por el sol que estaba en su punto más alto y que la hacía brillar jamás la hubiera visto.

En una fracción de segundo Leonardo supo lo que tenía que hacer, aunque en realidad no tuvo tiempo para pensarlo.

Empujó a Mariana alejándola al tiempo que se interponía entre ese hombre y ella; Mariana cayó al suelo al mismo tiempo que una detonación del arma de fuego inundaba la avenida.






Cuando Leonardo pudo entender que pasaba estaba en el suelo, en ese momento Mariana se ponía de pie asustada. Volteó al otro lado.

Aquel hombre yacía algunos metros, mientras que dos policías de una sucursal bancaria cercana apuntaban al cuerpo en el suelo.

-¡Leonardo!- exclamó Mariana de rodillas junto a él. Leonardo estaba por caer en shock.

El suelo le parecía cada vez más frío, tenía la boca seca pero extrañamente no sentía dolor, solo podía sentir la mano de Mariana en su costado.

-Leonardo ¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste?-
-Bruno... Mars... -
-¿Qué?-
-Gra... nade... -
-¿De qué estás hablando?- pero ya no obtuvo respuesta.

En ese momento los servicios de emergencia llegaron para atender a Leonardo. Patrullas y servicios ministeriales también arribaron al lugar y entrevistaron a Mariana; respondió como pudo aunque su mente estaba ocupada en otra cosa... ¿Quién diablos era Bruno Mars?






Mientras esperaba en la sala de urgencias del hospital donde llevaron a Leonardo contactó con los familiares de él; media hora después Mariana daba explicaciones a la madre de Leonardo y su hermano; su madre, con los dedos entrelazados oraba en silencio, su hermano no dijo algo, se mantuvo al lado de su madre aunque su mirada parecía la de un animal encerrado, herido y furioso. Una hora después llegó la hermana junto con sus hijos y su esposo. Mariana tuvo que repetir la misma historia. Hora y media después llegó ella.

No tenía intenciones de narrar por tercera vez la misma historia, así que dejó que fueran los familiares de Leonardo quienes pusieran al corriente a la pareja de él; no podía verla de frente, sentía que algo no estaba bien; aunque no había hecho nada malo sentía como si hubiera sido ella quien jalara el gatillo, sobre todo cuando los médicos informaron que Leonardo entraría a cirugía.

Deambuló por las afueras de la clínica, la incertidumbre del resultado de la operación tenía a todos muy nerviosos; cualquier cosa podría salir mal, por mucho que los médicos estuvieran preparados. Los minutos se convirtieron en horas, no muchas en realidad, pero a todos les pareció una eternidad.

Mientras esperaba sacó el celular y navegó un rato en internet, buscando distraerse, más el recuerdo de las últimas palabras de Leonardo (esperando no fueran las últimas) la obligaron a buscar a quién se había referido.

Sabía que había escuchado el nombre, pero de momento y con todo lo sucedió no lo recordó: Bruno Mars, nombre artístico de Peter Gene Hernández Bayot, nacido en Honolulú, Hawái, quien es cantante, compositor, productor musical, actor de voz y coreógrafo estadounidense, y quien desde el 2010 había hecho fama grabando como solista y colocando varios éxitos en el número uno de diversas listas alrededor del mundo, con temas como "Just the way you are" y la mencionada "Grenade"

Mariana se dijo que seguramente había escuchado la canción, más no la recordaba, así que fue a la conocida página de videos Youtube y buscó la canción, se apartó de la entrada principal de la clínica y, con los audífonos puestos escuchó la canción...


Easy come, easy go
that's just how you live
take, take, take it all
but you never give

Should of known you was trouble from the first kiss
had your eyes wide open
why were they open?

Gave you all I had
and you tossed it in the trash
you tossed it in the trash, you did

To give me all your love is all I ever asked
'cause what you don't understand is

But darling I’ll still catch a grenade for ya
throw my hand on a blade for ya
I’d jump in front of a train for ya
you know I'd do anything for ya

I would go through all this pain
take a bullet straight through my brain
yes, I would die for ya baby
but you won't do the same

No, no, no, no

Black, black, black and blue
beat me till I'm numb
tell the devil I said “hey” when you get back to where you're from

Mad woman, bad woman
that's just what you are
you’ll smile in my face then rip the breaks out my car

Gave you all I had
and you tossed it in the trash
you tossed it in the trash, yes you did

To give me all your love is all I ever asked
'cause what you don't understand is

But darling I’ll still catch a grenade for ya
throw my hand on a blade for ya
I’d jump in front of a train for ya
you know I'd do anything for ya

I would go through all this pain
take a bullet straight through my brain
yes, I would die for ya baby
but you won't do the same

If my body was on fire
you’ d watch me burn down in flames
you said you loved me you're a liar
'cause you never, ever, ever did baby

But darling I’ll still catch a grenade for ya
throw my hand on a blade for ya
I’d jump in front of a train for ya
you know I'd do anything for ya

I would go through all this pain
take a bullet straight through my brain
yes, I would die for ya baby
but you won't do the same

No, you won’t do the same
you wouldn’t do the same
you’ll never do the same
no, no, no, no
Lo que fácil viene, fácil se va
así es como vives
tomas, tomas, tomas todo
pero nunca das

Debí haber sabido desde el primer beso que darías problemas
tenias los ojos abiertos
¿Por qué estaban abiertos?

Te di todo lo que tenía
y lo tiraste todo a la basura
lo arrojaste todo a la basura, lo hiciste

Darme todo tu amor es lo único que te pedí
porque lo que tú no entiendes es que

Atraparía una granada por ti
me cortaría una mano por ti
saltaría delante de un tren por ti
sabes que haría cualquier cosa para ti

Atravesaría todo ese dolor
dispararía una bala a través de mi cerebro
sí, moriría por ti
pero tú no harías lo mismo

No, no, no, no

Negro, negro, negro y azul
golpéame hasta que ya no pueda sentir nada
dile al diablo que digo "hola" cuando regreses al lugar de donde viniste

Furiosa mujer, mala mujer
eso es justo lo que eres, sí
tu sonríes en mi cara, después dañas los frenos de mi coche

Te di todo lo que tenía
y lo tiraste todo a la basura
lo arrojaste todo a la basura, lo hiciste

Darme todo tu amor es lo único que te he pedí
porque lo que tú no entiendes es que

Atraparía una granada por ti
me cortaría una mano por ti
saltaría delante de un tren por ti
sabes que haría cualquier cosa para ti

Atravesaría todo ese dolor
dispararía una bala a través de mi cerebro
sí, moriría por ti
pero tú no harías lo mismo

Si mi cuerpo estuviera en llamas
tu me verías arder en llamas
y dirías que me amaste eres una mentirosa
porque tú, nunca, nunca, nunca lo hiciste cariño

Pero yo atraparía una granada por ti
me cortaría una mano por ti
saltaría delante de un tren por ti
sabes que haría cualquier cosa para ti

Atravesaría todo ese dolor
dispararía una bala a través de mi cerebro
sí, moriría por ti
pero tú no harías lo mismo

No, tu no harías lo mismo
tu no harías lo mismo
tu nunca harías lo mismo
no, no, no, no

La canción terminó y, aunque entendió la letra... no entendió el porqué Leonardo lo mencionó.






La operación salió bien, realmente solo fue cuestión de reparar el daño que la bala había hecho en el costado de Leonardo, no fue sino dos días después que le permitieron visitas, la familia ingresó primero, por obvias razones, fue la hermana de Leonardo la que invitó a Mariana a que lo visitara; se mostró renuente al principio pero aceptó para saber de él mismo como se sentía, y saber también el porqué había mencionado a Bruno Mars.

La habitación era como cualquier otra de una clínica del sector salud de la ciudad, varias camas apostadas una junto a la otra, no había intimidad más allá de las cortinas que las separaban. Mariana llegó hasta la cama donde Leonardo, con los ojos cerrados respiraba tranquilamente, tenía una bolsa de suero colgada a su lado, y la aguja incrustada en su brazo... recordó lo mucho que odiaba las inyecciones, seguramente lo estaba pasando mal.

-¿Leonardo... ?- dijo en voz baja, pensó que dormía, más lentamente abrió los ojos; la mirada se le iluminó por un momento, después perdió el brillo.

Alzó la mano con la misma lentitud con la que abrió los ojos, Mariana se acerco tímidamente y la sujeto con suavidad; se sentó en la silla de plástico junto a la cama.

-Iba a preguntarte cómo estás, pero parece que no estás bien-
-Estoy mejor que hace unos días... - respondió con la voz seca, así como sus labios.

-Lo lamento... - dijo Mariana bajando la mirada; Leonardo apretó sus dedos.

-No tienes nada que lamentar, por fortuna no pasó a mayores-
-Es que jamás creí que él... él... -
-¿Quién era él?-
-Mi ex esposo-
-¿Te casaste?-
-¿Puedes creerlo?-
-La verdad no... -
-Pues así fue, solo duramos un año, las cosas fueron de bien a mal gracias a sus celos... -
-No puedo creer que te hayas involucrado con alguien así-
-No todos muestran su verdadero rostro hasta cuando ya se sienten con poder... -
-Tienes razón-
-El caso es que cuando nos divorciamos argumentó que lo hacía porque yo ya tenía otra pareja, siempre dijo que... que en cuanto lo descubriera lo pagaría caro... -
-Vaya... qué bueno que sucedió estando yo ahí, otro quien sabe lo que hubiera hecho-
-Lo siento, en serio, jamás quise ponerte en esta situación-
-¡Hey! Tranquila, como dije, no pasó a mayores... -
-De acuerdo, pero en cuanto salgas y estés mejor me dejaras que te invite a comer-
-No puedo negarme ¿Verdad?-
-Siempre puedes decir que no-
-Lo tomaré en cuenta-
-Bueno, te dejo, me dijeron que no te entretuviera-
-Gracias por venir-

Mariana se levantó de la silla, dispuesta a abandonar la habitación pero, aunque estaba de espaldas a Leonardo parecía que no tenía intenciones de irse.

-¿Qué pasa?- Leonardo trató de enderezarse pero las puntadas aún le dolían; Mariana se volvió y lo miró con tristeza, se sentía como si hubiera sido ella la que hubiera jalado el gatillo.

-Leonardo... -
-¿Si?-
-¿Por qué mencionaste a Bruno Mars?-
-¿Lo hice?-
-Si, te pregunté por qué lo habías hecho y respondiste “Bruno Mars” cuando te pregunté más solo mencionaste una canción de él “Granade”-
-Ya veo... -
-¿Por qué lo mencionaste?-
-¿Ya la escuchaste?-
-Si... -
-Pues ahí tienes tú respuesta... atraparía una granada por ti... pero tú no harías lo mismo-
-Aun después de todo... ¿Morirías por mi?-
-Si... ¿Puedes creerlo?-
-La verdad no... -
-¿Por qué no?-
-¡Porque ya no somos nada Leonardo! ¿Cómo puedes decir qué harías... eso? Pareciera que aún deseas... regresar conmigo... -
-¡Claro que no!- la efusiva respuesta de Leonardo tomó por sorpresa a Mariana -Te amo, ya no como antes, pero yo no tiré por la borda todo lo que vivimos durante el tiempo que estuvimos juntos, yo no lo olvidé y lo recuerdo todos los días... te recuerdo todos los días, pero también recuerdo todo el daño que me provocaste, eso es algo que no deseo pasar nuevamente ¿Regresar contigo? No, gracias, pero eres un ser humano como cualquier otro e igual lo habría hecho-
-No sé qué decir... -
-No digas nada, solo di “Hasta luego” y ojala algún día nos volvamos a ver-

Mariana volvió a darle la espalda y se enfiló a la salida de la habitación, en la puerta se detuvo y regresó la mirada atrás.


-Hasta luego-